Esta semana me he encontrado a mí misma lidiando con problemas de distinta índole, y me he dado cuenta de lo complejo que es definir mi profesión. Ya de por sí cuesta que el ciudadano de a pie entienda qué significa ser un traductor o un intérprete, ya que a ojos de la sociedad un traductor es “cualquier persona que sabe un poco una lengua y traduce de o hacia ella”, y un intérprete es “un actor” en el 80 % de los casos.
Pero cuando yo digo que soy “jefa de proyectos”, PM (Project Manager), coordinadora, directora de servicios lingüísticos, por nombrar solo algunas de las denominaciones que tiene mi profesión, la gente enseguida me dice “Ah, entonces ¿ya no traduces”, o “Ah, entonces solo coordinas, no revisas nada”, o “Ah, bueno, entonces qué bien, ya solo te dedicas a gestionar”. Se me abren las carnes cuando oigo comentarios como esos, porque desde mi punto de vista el trabajo de PM es uno de los más complejos que existen.
Voy a enumerar a continuación algunas de las tareas que me he visto haciendo esta semana, para ver si así consigo explicar un poco mejor a qué dedico mis jornadas laborales:
Captación de clientes y proyectos nuevos. Esto no solo supone el buscarlos, convencerlos de que somos los mejores, o incluso organizar pruebas de traducción, sino también negociar y gestionar todo el papeleo y la documentación necesaria para poder comenzar a trabajar.
Puesta en marcha trabajos de traducción, edición, corrección o maquetación. Establecer las normas de estilo con el cliente, condiciones, plazo de entrega, selección del equipo más adecuado y, como me ha ocurrido esta semana, intervenir cuando hay algún problema o imprevisto, como puede ser que un traductor no llegue a tiempo, te deje colgado, se olvide de enviarte el texto, esté descontento con algo, te plantee dudas, etc. etc. etc. (la lista es interminable).
Seguimiento de los proyectos. Por supuesto el plazo es sagrado, así que hay que asegurarse de que nadie se sale de lo acordado. Y el primero que incumple las fechas fijadas, al menos en España, suele ser el propio cliente.
Reuniones con clientes, productivas y no productivas. Horas y horas que no siempre dan resultados.
Revisión de traducciones y control de calidad.
Motivación del equipo de traductores. Parece una tontería, pero esta semana me he visto haciendo de psicóloga de cinco colaboradores (que recuerde, seguro que han sido más): uno porque se sentía ofendido por ciertas críticas recibidas por parte del cliente, otro porque no se veía capaz de hacer un trabajo para el que claramente era capaz, otro porque no creía poder cumplir plazos cuando en realidad estaba claro que sí podía, otro porque me daba un plazo excesivo y el cliente no me lo permitía (estaba claro que no se había tomado en serio el trabajo, porque finalmente me lo entregó en 2 días) y, por último, otro porque se sentía desmotivado porque el cliente incumplía plazos. En esto invierto gran parte de mi jornada, por no decir la mayoría.
Control de facturas de colaboradores. Algunos las mandan meses después, sin los datos correctos, con errores de cálculo (a veces incluso que suponen que cobren menos), de fecha o de formato, o incluso hay quienes olvidan poner el número de pedido.
Facturación de clientes y reclamaciones de pagos. Porque lamentablemente hay muchos impagos y es preciso perseguirlos para cobrarlos algún día.
Revisión de CV nuevos y selección de RRHH. No siempre puedo contestar tan rápido como me gustaría. Ahora mismo tengo una ristra de CV enorme esperando que la revise, pero es importante hacerlo porque de ahí han salido de los mejores colaboradores que estoy reclutando.
Espero que esto sirva para ampliar y limpiar la imagen que algunos tienen de nosotros, los PM. Personalmente, puedo asegurar que cuido muchísimo a mi equipo, porque para mí mis colaborados y yo formamos un equipo, y si para el buen resultado del proyecto hay que hacer sesión terapéutica de unos minutos al teléfono, pues se hace y punto.
¡Feliz fin de semana a todos!
Jimena Licitra, directora del departamento de Servicios Lingüísticos de Cálamo & Cran